lunes, 7 de marzo de 2011

"LA NOCHE DEL DEMONIO" (Night of the Demon, 1957, Jacques Tourneur)

Con motivo de la aparición en dvd de una de las grandes joyas del cine fantástico, a cargo de la hasta hace poco debutante "39 escalones" (a quien debemos dar las gracias por esta estupenda edición en particular, y por la apuesta por editar grandes películas aun inéditas en el mercado español, en general), aprovecho para publicar en este blog la entrada que le dediqué a tan insigne película en mi libro TERROR CINEMA (Calamar, 2008).
  
Dejando a un lado las joyas que Jacques Tourneur dirigió para Val Lewton en la RKO -las poéticas La mujer pantera (Cat People, 1942) y I Walked with a Zombie [tv/vd/dvd: Yo anduve con un zombie, 1943]-, su filmografía tiene en su haber otra obra maestra del género; esta vez de nacionalidad inglesa y con una carencia total de lirismo. Carencia muy oportuna dado el tono que requiere la historia narrada en esta ocasión; no olvidemos que estamos hablando del diablo, el mal en estado puro; nada más oscuro puede concebir la imaginación, nada más lejano a lo onírico, nada más cercano a la pesadilla. Aquí lo que prima es el desasosiego, la inquietud de lo desconocido o de lo que no queremos conocer, aquello que escapa a nuestro entendimiento y que, a veces, es “mejor no saberlo”, como finalmente reconoce el a priori incrédulo personaje interpretado por Dana Andrews.

Inspirados muchos de sus pasajes en el relato "El maleficio de las runas" (Casting the Runes), publicado en 1911 por el escritor inglés Montague Rhodes James (más conocido por M.R. James, gran amante de los cuentos de fantasmas), aunque con una estructura muy diferente, incorpora al espectador a una intriga ya comenzada, como si éste subiera a un tren en marcha; lo que no evita que en pocos minutos tome conciencia de las premisas del relato gracias a ese artificio del guión. A partir de ahí, la aventura sobreviene casi en tiempo real (unos tres días en la película, en cambio tres meses en el relato), con letal cuenta atrás incluida, acercándonos sin arritmias a una lucha entra la razón y el oscurantismo.

Siguiendo con la tónica mostrada por Tourneur en sus anteriores películas fantásticas, se asume un enfoque adulto y realista de la historia, clásico pero sin el lirismo visual de aquellas, e incluso pudiendo haberse dejado influenciar por otro gran maestro como Hitchcock: la escena del avión podría insertarse perfectamente en cualquier película del inglés sin desentonar un ápice, de la misma manera que los coqueteos desinhibidos de Dana Andrews con su partenaire femenina evocan al Cary Grant más juguetón y hitchcockiano, como si de un trasunto del mismo en la posterior Con la muerte en los talones (North by Northwest, 1959, Alfred Hitchcock) se tratara .

Lejos de evitar mostrar al monstruo hasta el final o en pequeñas dosis , éste nos planta cara en los primeros quince minutos de metraje mediante un inserto impuesto por los productores a espaldas de Tourneur. Su imagen física deja inicialmente en el espectador una inevitable sensación de desconcierto; percibiéndose una acusada falta de adecuación o correspondencia con la estética realista que nos ofrece el resto de la película; y lo que es más preocupante, destroza literalmente la unidad formal del conjunto y choca frontalmente con el tradicional rechazo de Tourneur hacia lo explícito. El acabado estético del demonio mostrado mediante dicho inserto recuerda al de los titánicos monstruos japoneses que iniciaron su andadura con Japón bajo el terror del monstruo (Gojira, 1954, Ishirô Honda); si bien es cierto que tras éste desconcierto inicial las sucesivas apariciones nos encajan más, el regustillo a parche queda ahí. Esto nos da pie, en su descargo y aprovechando furtivamente la oportunidad, a hacer nuestras las palabras de Ray Harryhausen refiriéndose a la primitiva Stop Motion en comparación con las modernas técnicas de animación, técnica que aunque no se utiliza aquí no implica que no asumamos dicha referencia con todas sus consecuencias y la extrapolemos a este caso:”… confiere a la fantasía la apariencia de un sueño. Si la fantasía parece real, estás matando su esencia”; amén. Esta circunstancia, creemos que accidental, consigue incrementar el componente fantástico que tanto contrasta con el resto de la textura realista de la película, de manera que lo fantástico, por ese mismo contraste, retroalimente la impresión de lo real y viceversa; oposición que mantiene un paralelismo en el grupo de personajes, al situar la actitud de obstinada incredulidad del doctor John Holden (Dana Andrews) frente a la aceptación de la realidad satánica del resto de los personajes, unos por miedo, otros por adoración.

Citaremos tres pasajes inolvidables sin entrar en más detalles: la fiesta infantil en la mansión y todo lo que ella acontece; la atmósfera que Tourneur consigue ahí es, sin duda, lo mejor de la película, absolutamente mágica y plena de desasosiego; por otro lado, la sesión de espiritismo y toda la escena en el tren en los momentos finales. En los tres existe una dura pugna entre lo real, lo terrenal, en contraposición con los fenómenos sobrenaturales que finalmente son aceptados por el incrédulo. El clima turbador que todo ello consigue por la pura y densa riqueza de su contenido conceptual ya lo quisiera cualquier muestra del cine de terror moderno, por desgracia alejado cerrilmente de lo sutil para caer rendido ante el recurso fácil, cómodo y vulgar de la ostentación de lo explícito, sin deleitarse en la sugerencia como aquí sucede.

Finalmente, la farsa que le hubiera gustado desentrañar al incrédulo doctor (Dana Andrews) no es tal, no dejando más opción que la penosa e inquietante aceptación de lo que una mente lógica se niega a considerar como inaceptable.

Juan Andrés Pedrero Santos


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